La figura del «vigneron» francés o, adaptado a nuestros dominios, del viñador hispano, cuya máxima vital podría ser yo me lo guiso yo me lo como, tiene en Esteban Celemín algo así como un modelo de comportamiento. Ver más
Aficionado, además de fino catador, antes que propietario de bodega, hace años que Celemín convirtió al vino en su pasión existencial. Con una tenacidad a prueba de bombas, su avidez por aprender de uvas, regiones y métodos de elaboración, y su ambición por no excluir ninguna zona del mundo en su radar, pronto lo convirtieron en uno de esos «no profesionales» de conocimiento tan sólido que ya lo quisieran para sí muchos supuestos «profesionales».
De ahí a elaborar vinos, la cosa estaba cantada. A partir de un fuerte vínculo sentimental y familiar con el pueblo de Castronuño, en la provincia de Valladolid, a una veintena de kilómetros de la Colegiata de Toro, varios fueron los retos que asaltaron al pequeño y recién investido viñador. En cuanto a los tintos, hacerlos sin la pesada trama y densidad que a menudo muestran los tintos de Toro. En cuanto a los blancos, verdadera columna vertebral de la bodega, recuperar la Albillo Real, una uva otrora omnipresente en la comarca y hoy devenida en resto arqueológico.
El porqué del ascenso meteórico de Bodega Esteban Celemín Viticultor se debe a tintos que no niegan el territorio (se asume el grado alto, y más con los tiempos que corren) pero dotándolos de cierta frescura que compensa, y a blancos que son capaces de apresar un paisaje y también, cuando es el caso, un viñedo concreto. Contra todo pronóstico, y tal como ocurre con las uvas y los blancos del Ródano norte, lugar fetiche para Celemín, allí donde aprendió y aprende, la Albillo Real posee una capacidad enorme para ofrecer matices y diferencias dependiendo de las características del viñedo, como demuestran los blancos Avutardas y A Horquilla.
Por cierto, el dueño del invento compagina su profesión de ingeniero con la de viticultor, lo que no impide que los vinos de la bodega transmitan eso que resulta difícil de explicar, pero que se aprecia cuando se toman: autenticidad. Basta descorchar uno para comprobarlo.